Fue durante una jornada de mayo de 1988, con el mundo todavía dividido en bloques y sin que el cambio climático fuera un tema de cabecera en las agendas mundiales. Bo Adamson, de la Universidad Lund de Suecia, y Wolfgang Feist, del Instituto de la Vivienda y el Medio Ambiente de Darmstadt, en Alemania, sentaron los cimientos de lo que se convertiría en un movimiento urbanístico que hoy en día está más en boga que nunca: la casa pasiva o ‘pasivhaus’.
Adamson y Feist buscaban un método de construcción que otorgará a los edificios unos elevados niveles de aislamiento térmico controlando de manera rigurosa las infiltraciones y buscando la máxima calidad del aire en el interior de la vivienda. “La principal ventaja pasa por la reducción de la demanda energética y el consumo”, ilustra Iñaki Alonso, arquitecto del estudio sAtt, con experiencia en la construcción de este tipo de edificios.
l nombre de la casa pasiva se toma prestado de las llamadas ‘estrategias pasivas’ que se utilizan a la hora de regular el consumo energético de un hogar. Que esté orientada al sur y que tenga un buen aislamiento son algunos ejemplos mientras que estrategias activas podrían ser el uso de placas solares, de aparatos de climatización o sistemas de aerotermia.
En el caso de la vivienda pasiva, se busca la reducción de la demanda energética y del consumo “controlando bien el aislamiento o favoreciendo la captación de la energía proveniente del sol “ mediante la instalación de ventanas. Así, como explica Alonso, también se busca la reducción de pérdidas en el hogar mediante dos técnicas: “Aumentando el aislamiento y la estanqueidad. Se busca que no se escape el aire por grietas o juntas de los muros para lograr que el edificio gaste muy poco”. Con técnicas como la ventilación mecánica con recuperación de calor se consigue renovar el aire interior del edificio con aire que proviene del exterior pero que se calienta al entrar en contacto con el que ya está presente en las estancias.
El estándar de la casa pasiva asegura que para que una vivienda pueda contar con esa certificación es necesario que tenga una demanda máxima de 15kWh por metro cuadrado de vivienda para calefacción y refrigeración, respectivamente, y que el edificio entero no gaste más de 120 kWh/m2 al año en calefacción, refrigeración, agua caliente y electricidad. Mientras en climas como el alemán se estima que el ahorro energético está en torno al 80% respecto a una construcción normal, en España, y debido a que vivimos en un clima más benigno, ese ahorro llega hasta el 60%.